Carta a una amiga:
ante todo lo siento por lo que hice y mucho más por lo que no hice. Muchas veces es peor lo que uno no hace, lo que se omite o se calla. Pareciera que no, pero así es. Lo siento mucho. Aunque me digas que ya pasó, me gusta imaginar que sí se puede volver el tiempo atrás y uno corregir lo que no estuvo bien.
Más allá de lo acontecido, lo siento porque me equivoqué, lo siento por las muchas veces que no busqué un momento para las dos. Te dije el otro día que cada vez que pasa, con el correr de los años, pierdo el foco de lo que es realmente importante, me ahogo en continuos vasos cotidianos llenos de agua hasta estallar en lágrimas desde el fondo del corazón que luego son olvidadas por el lunes y el despertador. La rutina y su rápida carrera me comen, me asfixian, me pierden. Me confunden a más no poder. Siento que no logro en muchas ocasiones relajarme y encontrar un sentido, un camino que seguir y corro rápido llevada por la ola de gente que corre hacia el mismo lugar. Espero secretamente que alguno de ellos sepa hacia dónde se dirije y me arrastre porque yo no sé a dónde voy. Te confieso que quiero encontrar un lugar alejado de todo lo loco de este mundo donde aprender a vivir de nuevo, olvidar todo lo que creo y comenzar a mirar un poco más diferente lo que me rodea. Un lugar donde comenzar con mi amor un mundo pequeño y diferente donde sólo entren los que quiero y la felicidad por supuesto. En él estarías invitada siempre.
Entonces, entre tantas palabras por donde me pierdo, te quería pedir disculpas por no darnos ese lugar reconfortante en el cual nos encontramos por unas cuantas horas y disfrutamos de un té, del sabor de la comida y practicamos el acto de escucharnos, mirarnos, comunicarnos y encontrarnos. Y tanto bien que nos hace. Porque podemos darnos una mano, porque podemos escucharnos, porque podemos confesarnos, porque podemos compartir, porque podemos reir o llorar y en una de esas intentar gritar, podemos identificarnos como mujeres, como distintas o como parecidas. Podemos conocernos y aceptarnos. Podemos hallar un amigo en el medio de todo lo confuso. Podemos. Como solemos decir nuestro momento de gatos y perros, porque al parecer no es tan difícil que se encuentren y se entiendan. Es cuestión de sentarse.